1797. Pluma, Tinta ferrogálica sobre papel verjurado, 299 x 209 mm. No expuesto.

Fuente y Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado

Carta de un grupo de amigos a Martín Zapater (1746-1803), redactada por Goya, con expresión de gratitud por su invitación a bebida, comida y a un balcón en la Plaza Mayor de Madrid, con motivo de haber sido premiado en los sorteos del Real Empréstito.

Esta carta, que se ha fechado por las noticias que se dan en ella en la Navidad del año 1797, es una de las últimas conservadas de la importante correspondencia entre Goya y su amigo de la infancia, el comerciante zaragozano Martín Zapater (1747-1803). Otras dos, en 1798 y 1799, culminaban más de 30 años de noticias personales y comentarios del mayor interés, aunque no muchos relacionados con el arte, que desvelaron la faceta más personal, íntima, espontánea y cálida del artista.

El 24 de noviembre de 1797 Martín Zapater ganó 6.000 reales en el sorteo de premios a los poseedores de acciones del Real Empréstito; a la suerte se le unía Goya el día 28, recibiendo 1.000 reales, y de nuevo, el 9 de diciembre, Zapater volvía a ser agraciado, con 1.500 reales, y Goya una vez más, el día 12, ganaba otros 1.000 reales. Zapater, que había recibido un premio notable, 7.500 reales en total, cantidad nada despreciable, envió vino y manjares de su tierra a sus amigos zaragozanos, residentes en Madrid, y alquiló para ellos un balcón en la Plaza Mayor, para que asistieran a los toros. Goya, evidentemente puso su casa, y entre todos escribieron la carta, que es de mano del artista, aunque parodiando la grafía afectada de los escritos oficiales y sus fórmulas de expresión y cortesía. La formalidad oficial del escrito choca con lo divertido de su contenido y lo directo de uno de sus dibujos, y le confiere así un tono profundamente irónico y trasgresor, que se remonta incluso a la literatura española desde el Quijote o la novela picaresca hasta Quevedo, ya en el siglo XVII, y a algunos de los contemporáneos del artista, como los Moratín, padre e hijo. No mencionaron, sin embargo, en su carta, que Goya había ganado también dos premios, aunque las noticias eran sabidas de todos, al haberse publicado en la Gaceta de Madrid, y esa ausencia de comentarios al respecto se debió, seguramente, a la caballerosidad de este grupo de amigos, y de Goya en particular, que querían agradar de corazón a Zapater y agradecerle su generosidad y «los esquisitos manjares, delicados vinos, y suavisimos licores, con que de orden suia hemos celebrado las felicidades, con que la suerte ha favorecido su embidiable dicha y fortuna […] y un recado de parte del mismo Señor que ha dado el convite, nos tiene prebenido el Balcon sobre la villa para que nos divertamos, y descansemos de las fatigas de la celevridad». Goya, en cualquier caso, comenzó también esta carta, redactada a modo de oficio, con la cruz habitual con que iniciaba su correspondencia, seguida aquí del grandilocuente encabezamiento, que tiene un resabio de fórmulas de cortesía a la italiana, ya entonces más rimbombantes que las españolas, incluso en el empleo de la doble ese con que escribió varias palabras: «Poderosissimo, generosissimo, y esplendidisimo S.or D.n Martin Zapater», que contrasta con las frases divertidas en que se refería a él más abajo como «…un cutre… un caribe como V.M…».

El párrafo de mayor interés es sin duda el que describe, con múltiples palabras onomatopéyicas y cacofonías propias, la alegría y el ruido de la fiesta con sus brindis, que revelan las dotes de Goya para la vívida descripción de una escena, también literariamente y no sólo con los pinceles: «… nos hemos exaltado a tal punto, que la alegria casi a pasado a ser inmoderada, ¡que brindis! que repetición de botellas! que cafee que Plus cafee! que botellas! que copas por el aire! no hay mas que decir, sino que el cristal de la Casa se ha renobado y a todas estas solo se oian las alegres voces de, viva Zapater, que excelente hombre, que buen Amigo: viva, y mas viba…». La carta lleva al final las firmas y felicitaciones de todos los presentes, zaragozanos, que han sido identificados en su mayoría. Entre ellas está la del artista, que se firmó humorísticamente como «Fran.co de tus Glorias ó de Goya». Los hombres firmaron en la hoja principal, pero las dos mujeres de los presentes, que también la firman, tuvieron que hacerlo por el reverso de la misma, en la última página. La primera, Nicolasa Lázaro, que se decantaba también por alabar el pastel de carne o huevos que le había tocado: «con su tortada como una rueda de coche», tal vez descrito en el rasguño, de forma oval, bajo esa firma, integrado después, como arrepentimiento, en el dibujo de la figura femenina de perfil. El peinado de esta, de sugerencia clásica, y el ligero vestido, apenas sugerido, que deja al desnudo el hombro y el brazo derecho, la definen como una alegoría al uso. Sostiene, además, un instrumento musical de viento, una trompeta, como si Goya, a cuya mano hay que atribuir este dibujo, hubiera querido cerrar la carta con una rápida figura de la Fama, que tiene ese atributo, y que parece llegar volando para propagar así las virtudes de su amigo. Debajo de este dibujo final, que parecía ya el cierre de la carta, es donde Josefa Bayeu estampó su firma, la última, tal vez porque el servicio de la casa, que debió de ser complicado según la descripción de la fiesta, la pudo tener alejada cuando los otros firmaban. Agradecía, como la otra mujer, la comida enviada por Zapater, ese «rico pastel dengila», que seguramente fue su manjar favorito.

Quedaba aún un espacio en blanco bajo la firma de Josefa, y es allí donde Goya añadió un dibujo más, que completó con una dosis de humor grueso los brindis divertidos de sus amigos y el tono irónico de la misiva. Sobre un papel pegado al de la carta, de distinta factura, más fino, y rasgado con rapidez como de un cuaderno de hojas pequeñas, porque tiene el filo por un lado y por el otro parece haberse roto por la zona del cosido, con tinta china, distinta a la del resto, Goya dibujó, a pluma y a pincel, es decir con esmero, una figura de espaldas, a cuatro patas en el suelo y mostrando ostentosamente su trasero desnudo. Se ha visto siempre como una figura de mujer, pero es en realidad masculina, por las formas musculosas de las nalgas, los muslos rectos y, sobre todo, el sexo que se aprecia bien entre las piernas. También el peinado lo indica, según la moda del pueblo de fines del siglo XVIII, con el pelo recogido en la parte de atrás como con redecilla, o su atuendo, con la camisa blanca levantada sobre la espalda y sus calzones bajados, descritos con rapidez en la línea horizontal que cruza los muslos, así como en los grandes y bastos zapatos. Zapater, el único espectador de la carta, debió de comprender el significado de la broma de sus amigos, tanto si hacía referencia, por ejemplo, al opúsculo de Francisco de Quevedo, no sabemos si muy conocido entonces, de Gracias y desgracias del ojo del culo. Era un periodo en el que Goya había estado especialmente interesado en el escritor español, cuyos Sueños inspiraron sus Caprichos. Ese gesto tradicional de desprecio desde la Antigüedad, descrito ya en el siglo I d. C. por Flavio Josefo, que significa mostrar el trasero desnudo a los demás, estaría aquí suavizado y convertido en broma, grosera, pero broma, por la amistad que les unía a todos, diciéndole así a Zapater, seguramente, que no les importaban sus riquezas. No deja de ser, sin embargo, un mensaje turbador, cuya ambigüedad aumenta por la fijeza realista del ojo en que Goya convirtió aquí el orificio del ano. Ya había empleado esos ojos vigilantes en cartas anteriores a su amigo, como la fechada en marzo de 1784, en que el dibujo que la ilustra, un bacín con un ojo central, un brazo, una mano, una navaja de afeitar, una jarra, etc., presentan ojos que miran directamente al espectador. En el siglo XVIII, por ejemplo, entre los juegos descritos en Francia, del que también existen noticias en Alemania, estaba el denominado «Jeu de commerce», una especie de «juego de las prendas» en el que quien tenía las cartas más altas, es decir, el que ganaba, podía hacer bajarse los pantalones a los demás jugadores. Tal vez ese era el mensaje que Goya y sus amigos le enviaban a Zapater, ganador de la lotería, que podía hacer con ellos lo que quisiera.